Design Thinking. Un viaje emocional

Design Thinking. Un viaje emocional

Reflexiones

En la última década es habitual encontrar referencias al proceso de Design Thinking en los distintos ambientes donde se aplica. Al ser una metodología con base en la investigación, fácil de entender y enfocada al usuario es susceptible de ser adaptada en muchos y diversos campos, lo que le da una presencia relevante en muchas organizaciones públicas y privadas. Sin embargo, pocas veces se habla de las emociones que envuelve este proceso y que lo convierte en un viaje emocional para el equipo de diseño durante su aplicación.

Estas emociones que envuelven el proceso de Design Thinking se presentan en tres perspectivas:

Primariamente, por ser una metodología que coloca al cliente o usuario en el núcleo de la ecuación, lo que hace imprescindible su observación, escucha, entrevista y comprensión. Esta capacidad del Design Thinking de no dar por sentado ningún supuesto que tengamos sobre la problemática y comprender la experiencia en su globalidad consigue una empatía con el usuario. Y esta empatía se manifiesta a través de las emociones que percibimos en las personas que investigamos.

En segundo lugar, el Design Thinking es una metodología de trabajo en equipo donde se mezclan personas de disciplinas totalmente alejadas las unas de las otras y donde se reúnen muchas veces miembros que nunca han trabajado juntos, con roles de igual a igual. Dicho equipo necesita ajustarse y conocerse, lo que provocará situaciones de acople que favorecerán la presencia de emociones de distinto signo, no necesariamente negativas. A esto hay que unirle el reparto de roles, el liderazgo informal, la comunicación y la toma de decisiones asociadas a cada fase del proceso. Además, la investigación individual o por subconjuntos del equipo generará un conocimiento parcial del problema que puede provocar arduas defensas sobre una perspectiva sesgada ante el resto del grupo que acaben en conflicto. Debido a lo cual es vital entender la figura del equipo como unidad y aparcar el ego durante el proceso, ya que hasta que no se compartan todas la visiones del problema entre los miembros de la investigación no se empezará a vislumbrar su dimensión real.

Esta argumentación recuerda el cuento hindú de los 6 sabios ciegos y el elefante:

“Érase una vez seis hombres sabios que vivían en una pequeña aldea. Los seis sabios eran ciegos. Un día alguien llevó un elefante a la aldea. Los seis sabios buscaban la manera de saber cómo era un elefante, ya que no lo podían ver.
“Ya lo sé”, dijo uno de ellos. “¡Palpémoslo!”. “Buena idea”, dijeron los demás. “Ahora sabremos como es un elefante”. Así, los seis sabios fueron a “ver” al elefante. El primero palpó una de las grandes orejas del elefante. La tocaba lentamente hacia adelante y hacia atrás. “El elefante es como un gran abanico”, gritó el primer hombre. El segundo tanteó las patas del elefante. “Es como un árbol”, exclamó. “Ambos estáis equivocados”, dijo el tercer hombre. “El elefante es como una soga”. Éste le había examinado la cola. Justamente entonces el cuarto hombre que examinaba los finos colmillos, habló: “El elefante es como una lanza”. “No, no”, gritó el quinto hombre. “Él es como un alto muro”, había estado palpando el costado del elefante. El sexto hombre tenía cogida la trompa del elefante. “Estáis todos equivocados”, dijo. “El elefante es como una serpiente”.
“No, no, como una soga”.
“Serpiente”.
“Un muro”.
“Estáis equivocados”.
“Estoy en lo cierto”.
Los seis hombres se ensalzaron en una interminable discusión durante horas sin ponerse de acuerdo sobre cómo era el elefante.

En tercer lugar, nos encontramos con las emociones que genera un proceso de resolución de problemas basado en la investigación y referenciados en los estudios de Carol Kuhlthau (Emociones y sentimientos experimentados durante la resolución de problemas, 1991).

Durante las distintas fases del Design Thinking y asociadas a la cantidad de información que se maneja durante ellas se provocan distintas emociones que conviene conocer para entender el proceso.

Emociones en la etapa Explorar

En un primer momento en la fase de exploración también llamada entendimiento o empatía se produce una llamada a la acción a través de la presentación de una problemática. Esta llamada a la acción suele coger desprevenidos a los miembros del equipo y a la vez el grupo es consciente de su desconocimiento, lo que provoca una notoria incertidumbre reflejo de no dudar si se podrá tener éxito en la misión.

En esta misma etapa y una vez que los miembros del equipo investigan para tener una visión de conjunto del problema, se adquiere un mayor conocimiento de la situación y empatía ante el usuario lo que provoca un momento de optimismo del equipo.

Emociones en la etapa Redefinir

Esta etapa está marcada por la confusión. Entender la problemática también produce que se generen insights, ideas y visiones sobre las necesidades de los usuarios lo que genera una encrucijada de posibilidades de innovación. En esta etapa de definición se debe reducir la investigación a un problema específico con el que poder generar ideas y esta restricción produce emociones de duda, frustración y confusión ante las opciones que se están dejando en el camino. No hay que olvidar que todas las aristas encontradas en la problemática son susceptibles de ser revisadas y de continuar con las fases de idear, prototipar y testear si bien desarrollándolas de una en una.

Esta etapa finaliza con una pregunta clara que va a servir para generar ideas provocando una emoción de lucidez. El hecho de enfocar el problema de manera colegiada entre el equipo favorece esta emoción. Este momento es en el que los investigadores están convencidos de que el problema que buscan solucionar va a mejorar la experiencia del usuario de manera significativa.

Emoción asociada a las etapas de Idear y Prototipar

La fase de ideación suele provocar la emoción de confianza al encontrar ideas que pueden solucionar el problema de diseño presentado. Si bien en esta etapa hay una cantidad de información enorme, está información son ideas generadas y no evaluadas que los miembros del equipo entienden como necesarias y no excluyentes. Su evaluación se hace de una manera más natural y hay una fe en el proceso que se está ejecutando. Esta emoción se extiende a la etapa del prototipado y se mantiene hasta el testeo del mismo.

Emoción en la etapa de Testear

Testear implica conocer si las hipótesis que hemos argumentado a través de la investigación y la solución presentada cumple su objetivo con el usuario. Esta dicotomía entre éxito o fracaso genera las emociones de satisfacción o decepción, aunque hay que recalcar que la emoción de decepción no aparece de manera intensa sino que tiene relación con la cantidad de veces que el prototipo se reformula ante la perspectiva del usuario. A más reformulaciones más sensación de decepción existe si no se visualizan avances en el diseño, mientras que la satisfacción predomina si se tiene la percepción de mejora continua.

En el uso de esta metodología que hacemos en el MOOC “Comunidades Educativas Innovadoras”  hemos tenido en cuenta la necesidad de prever estas situaciones ya que conocer el viaje emocional del proceso es clave para abordarlo y no solo tener de referencia las fases metodológicas. Fundamentalmente esto es así para el rol de coordinador del grupo, adelantarse a los momentos de conflicto o desánimo ayudará muchísimo a gestionar su equipo y no desfallecer ante las barreras que encuentren.

Referencias: The affective experience behind problem-solving, Sheila Pontis

Imagen de cabecera por Jeremy Thomas en Unsplash

En busca del MOOC perdido

En busca del MOOC perdido

Reflexiones

Hace unas semanas leí en EdSurge un estupendo artículo de Dhawal Shah, el creador de Class Central, un sitio para seguir la pista a los MOOCs desde su primer salto al ecosistema mediático. Si de uno u otro modo formaste parte del arranque de toda esta vorágine seguramente te parecerá que fue hace ya mucho tiempo, y que algunas cosas se han quedado en el camino. Quizás los MOOCs no han terminado de ser lo que sus creadores pensaban, ni muchas de las personas que los disfrutamos esperábamos. Estas jugadas del apasionamiento siempre se atemperan cuando chocan con la realidad, cuando su sustrato trata de ser redirigido por los sistemas de desarrollo de las políticas educativas y formativas o por los intereses de mercado y entonces, pasado un tiempo, la película ha cambiado y el espectador se encuentra en un momento determinado de la narrativa que se genera en tiempo real. Aquella historia que era tan atrayente y que probablemente se cruzaba con nuestra historia personal de un modo especial, de repente dejaba de tener sentido; o se iba enmarañando y perdía el foco de nuestra atención. Es en esta encrucijada en la que el autor del artículo trata de ofrecer un camino hacia delante (The Mooc Semester) que, en realidad, es una vuelta hacia atrás en busca de lo bueno que todos podríamos querer, una suerte de modelo blended en el que se recuperaran tanto la efervescencia experiencial para los participantes, como el aspecto alternativo en lo que a posibilidades formativas se refiere. Todo ello sin olvidar la rentabilidad, ya que enseñar parece seguir siendo igual de costoso que aprender, así como la gratuidad sinónimo de libertad.

El modelo MOOC tenía que acabar siendo rentable, y eso fue modificando su concepción y el diseño instruccional de los cursos, de manera que hoy día los MOOCs tienen otro aspecto y, en este sentido y como defiende Shah, para volver a ser apasionantes quizás deberían recuperar la M de Masivos y, fundamentalmente, un desarrollo más síncrono y en el que los espacios sociales y de comunicación entre las personas participantes tuvieran un peso específico a la altura de la experiencia y de lo que los participantes esperan y ponen en juego a la hora de embarcarse en ellos. Porque si algún vez has hecho un MOOC, creo que es probable que lo que más te haya gustado sea la interacción con las personas, con los organizadores y con los asistentes. Esa sensación comunitaria que hace que saques lo mejor de ti aunque estés haciendo un curso gratuito, que puede no darte ningún certificado oficial, que te quita un tiempo personal y profesional que estás dispuesto a dejar correr en esta dirección. Me refiero a esa sensación que tiene uno cuando está jugando o, por volver a la metáfora transversal, cuando está participando en la construcción de una buena historia. Esa sensación de descubrimiento compartido que, además, puede transformarse en una nueva historia personal y profesional. Algo que, de un modo u otro, aparece en tu vida para transformarla.

Nuevos enfoques centrados en el tiempo

Tras el auge de las plataformas masivas ligadas a la experimentación educativa, a instituciones y universidades públicas y privadas, y a empresas del ámbito tecnológico de todo el mundo, cada cual acabó contando el cuento a su manera buscando un horizonte sostenible que permitiera enseñar de un modo masivo, social, significativo, personalizado y acreditable. De este modo se adaptaron los tiempos de desarrollo de los cursos configurando un paisaje compuesto por experiencias con contenidos contrastados, estables y accesibles en cualquier momento, y manteniendo una especie de temporada MOOC en la que iban apareciendo nuevos fichajes, al dictado de las encuestas a participantes, las necesidades formativas, las tendencias y, en definitiva, al Big Data relacionado con el universo formativo a distancia.

Por otra parte, los MOOCs siguen considerándose como una pieza esencial en el presente y el futuro de la formación universitaria de acuerdo con las directrices y objetivos de The European Mooc Consortium, que recientemente ha emitido un comunicado referente a la integración de los MOOCs en el proceso de Bolonia, señalando dos focos de mejora como son la evaluación de las experiencias y la importancia de apoyar un sistema de reconocimiento de logros que permita la oficialización de las credenciales formativas que estos cursos otorgan. Desde luego, como se comenta en el inicio del documento y hemos podido leer ya en más de una ocasión, los MOOCs han venido para quedarse y el interés en su diseño y desarrollo sigue muy vivo en multitud de espacios virtuales patrocinados por diferentes instituciones. No vamos a referirnos aquí a todas las plataformas que continúan actuando habitualmente en nuestras pantallas, pero sí específicamente a iniciativas como las de INTEF-EducaLab que sí suponen cambios de enfoque concretos sobre una de las variables principales de los MOOCs: el tiempo.

La apuesta principal de INTEF-Educalab se centra en el marco DigComp 2.0 y en la oferta formativa para cualquier perfil profesional, aunque especialmente para aquellos que están relacionados con la educación. La variante que presentan sus NOOCs y SPOOCs es la de ofrecer experiencias formativas relámpago que suponen una inversión de tiempo relativamente baja para las personas participantes, centrándose en temáticas, competencias y cuestiones concretas. En cualquier caso, el itinerario de las mismas es completo, alcanzando el summum de la inmediatez con la batería de EduPills dirigidas a dispositivos móviles. Estos diseños instruccionales ofrecen una economía formativa compartimentada que puede beneficiar a un sector amplio de profesionales modernos y acostumbrados a lidiar con la tecnología, o lo que viene a ser lo mismo, personas que sienten y viven la falta de tiempo para perfeccionarse profesionalmente. Sin embargo, si nos paramos a reflexionarlo un momento parece claro que la socialización es una parcela que queda algo relegada bajo este enfoque, tan centrado en la individualización y adaptabilidad de los procesos que casi contribuye a impedir de manera involuntaria la generación de comunidades de práctica y aprendizaje que sobrevivan en el tiempo y contribuyan a enriquecer a cada uno de los nodos que las componen. No hay una solución simple puesto que renunciar al uso de la tecnología para la formación a distancia no es una opción.

¿El calentamiento global de la red?

El conflicto espacio-temporal que afecta a los entornos virtuales de aprendizaje y socialización del individuo, podría ser leído también como capítulo de un libro sobre los efectos extraños y generalizados de nuestros usos actuales del tiempo, así como de las  experiencias que tenemos del mismo cuando estamos -y no estamos- en la red. La sobreabundancia de información ha trazado caminos paralelos para una carrera formativa sin fin, una deformación del lifelong learning que hace que el aprendizaje (también) se convierta en objeto de consumo y disfrute estético siguiendo los mecanismos de los que se habla en “La estetización del mundo: vivir en la era del capitalismo artístico” (2015), de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy. La propia mercadotecnia del capitalismo provoca que las corrientes comunicativas ligadas a la educación se empiecen a cargar también de emociones, que a efectos prácticos sirven lo mismo para vendernos un coche que un curso en línea. Sin embargo, es indiscutible que los seres humanos pensamos, nos comunicamos, aprendemos y nos emocionamos, y que cuando nos encontramos en espacios en los que todas estas facultades se pueden desarrollar las experiencias de aprendizaje cobran un valor especial para las personas involucradas en ellas.

Los MOOCs y sus maneras de ser vivenciados no han escapado a este probable calentamiento, ni escapan a la emergente saturación videoemocional que galvaniza la red, por lo que es preciso encontrar propuestas que aborden ese aspecto social y memorable que parece haberse esfumado para muchos de las plataformas de aprendizaje mediadas por la tecnología. Al igual que algunas instituciones han sido capaces de intervenir sobre algunas variables como las referidas anteriormente, y por ello vienen ofreciendo respuestas concretas a las necesidades de tiempo de una parte de los participantes en formaciones virtuales, quizás sea tiempo de tratar de empezar a contar otras historias.

La narrativa de los MOOCs

Vamos ahora a cerrar los ojos un momento, a relajarnos y a trasladarnos al momento álgido de los cursos masivos y abiertos en línea… Presentaciones, foros, vídeos, herramientas, hashtags, tareas, artefactos digitales, hangouts, encuestas, certificados, insignias… Momentos, conexiones, descubrimientos, aprendizajes, personas, comunidades, proyectos, sueños, realidades… ¿Cómo los recordamos? ¿Qué fue lo que vivimos y aprendimos? ¿Con qué intensidad nos sentíamos partícipes de la experiencia? ¿A quiénes conocimos? ¿Qué nos desanimaba? ¿Qué nos impulsaba a seguir hacia delante? ¿Qué era lo que nos hacía seguir buscando? ¿Por qué queríamos aprender?… Todo ello configura nuestra historia personal con los MOOCs y se escribió a partir del diseño de partida para cada caso y de lo que sucedió en cada ocasión, en cada lugar y entre diferentes personas; aunque es bien cierto que era bastante corriente encontrarte con bastantes caras conocidas en tu viaje de MOOC en MOOC, lo que en cierto modo también jugaba a favor de la creación de una historia común, un valor común, una emoción común. De estar sentados alrededor del fuego habíamos pasado a estar sentados alrededor del MOOC. Y mientras duraba, el curso podía ser como estar leyendo el mismo libro, viendo la misma serie, yendo a los mismos bares a tomar un moocafé… Lo que sucedía al fin y al cabo era que la experiencia se volvía trascendente… Lo real y lo virtual se transformaban en lo real… Ahora, cuando vuelvas a abrir los ojos, quizás te encuentres sonriendo, aunque sea sólo un poquito…

Esta forma de traspasar los límites de la plataforma que comenzó a vivirse en algunos MOOCs, y en la que tuvo un papel determinante el entusiasmo de las personas que participaban en ellos, puede que tenga algo de transmedia. Espero que al escribirlo no haya muerto ningún pajarito de Angry Birds como apunta Carlos A. Scolari en este otro fabuloso artículo sobre la situación actual del concepto y el futuro que vislumbra el autor: el diseño narrativo. De la lectura de Scolari se desprende una conexión que puede ser interesante y que puede animar a los desarrolladores de experiencias formativas en línea a experimentar con el diseño narrativo aplicado al tradicional enfoque instruccional de los MOOCs, en busca de esa complicidad perdida, de ese tesoro que es el valor de la comunidad para aprender y para generar conocimiento.

Más allá de los MOOCs sobre digital storytelling y de las narrativas digitales aplicadas al aula, se trataría de armar una estructura narrativa que lanzara un curso masivo, empleando para ello lo que nos pudiera ofrecer el diseño narrativo aplicado en otros ámbitos. Quizás uno de los problemas con los MOOCs sea que cada vez son más cursos, o que los vivimos y los queremos así. Quizás sólo los queramos para formarnos, y punto. Yo creo que podemos conseguir que se parezcan más a una serie, a un videojuego, a una saga de novelas, a una película, a un documental, o a cualquier otra realidad compartida en la que los participantes puedan estar inmersos, interpretando y reinterpretando, compartiendo, creando y transformando la experiencia en algo que forme parte de su historia personal y de la del resto de personas que deciden estar ahí. Porque estoy seguro de que hay personas que disfrutarían mucho de este tipo de historia. La historia del MOOC que nos hace hablar de aprendizaje y emociones.

Imagen de cabecera por Luis López-Cano en Flickr con licencia CC-by

Cuando Luis nació debió pensar que quería dedicarse a hacer cosas. Luego fue a la escuela y pronto se le pasaron las ganas de hacer cosas. Después llegó a la universidad y volvieron a entrarle ganas de hacer otras cosas. Desde hace casi 18 años es maestro, y la vuelta a la escuela le ha traído, de nuevo, ganas de hacer otras cosas. Actualmente escribe en unmaestrocreativo y colabora en otros sitios. Garabatea en Instagram y Tumblr. Nidos estables en Málaga y Twitter @LuisLopez_Cano Alter ego: @TheRealCarcamal Expandiéndose desde 1975.